Contemplar el Evangelio de hoy
D�a lit�rgico: Martes XXXI del tiempo ordinario
�Regres� el siervo y se lo cont� a su se�or. Entonces, airado el due�o de la casa, dijo a su siervo: ?Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aqu� a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos?. Dijo el siervo: ?Se�or, se ha hecho lo que mandaste, y todav�a hay sitio?. Dijo el se�or al siervo: ?Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa?. Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probar� mi cena�.
Comentario: Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, Espa�a)
�Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa�
Hoy, el Se�or nos ofrece una imagen de la eternidad representada por un banquete. El banquete significa el lugar donde la familia y los amigos se encuentran juntos, gozando de la compa��a, de la conversaci�n y de la amistad en torno a la misma mesa. Esta imagen nos habla de la intimidad con Dios trinidad y del gozo que encontraremos en la estancia del cielo. Todo lo ha hecho para nosotros y nos llama porque �ya est� todo preparado� (Lc 14,17). Nos quiere con �l; quiere a todos los hombres y las mujeres del mundo a su lado, a cada uno de nosotros.
Es necesario, sin embargo, que queramos ir. Y a pesar de saber que es donde mejor se est�, porque el cielo es nuestra morada eterna, que excede todas las m�s nobles aspiraciones humanas ?�ni el ojo vio, ni el o�do oy�, ni al coraz�n del hombre lleg�, lo que Dios prepar� para los que le aman� (1Cor 2,9) y, por lo tanto, nada le es comparable?; sin embargo, somos capaces de rechazar la invitaci�n divina y perdernos eternamente el mejor ofrecimiento que Dios pod�a hacernos: participar de su casa, de su mesa, de su intimidad para siempre. �Qu� gran responsabilidad!
Somos, desdichadamente, capaces de cambiar a Dios por cualquier cosa. Unos, como leemos en el Evangelio de hoy, por un campo; otros, por unos bueyes. �Y t� y yo, por qu� somos capaces de cambiar a aqu�l que es nuestro Dios y su invitaci�n? Hay quien por pereza, por dejadez, por comodidad deja de cumplir sus deberes de amor para con Dios: �Tan poco vale Dios, que lo sustituimos por cualquier otra cosa? Que nuestra respuesta al ofrecimiento divino sea siempre un s�, lleno de agradecimiento y de admiraci�n.
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